segunda-feira, 27 de outubro de 2014

Érase una vez......Cenicienta


"Hace muchos años, en un país lejano, vivía una viuda muy rica que tenía dos hijas tan malcriadas como poco agraciadas. Con ellas vivía una hijastra tan bella y dulce que despertaba su odio y envidia cuando alguien la alababa.



Su madrastra, que sentía celos de las buenas cualidades de la muchacha, le había obligado a realizar las tareas más duras de la casa, tratándola como a una criada.



Cenicienta, que así la llamaban por sus pobres ropas siempre sucias de carbón y cenizas de la chimenea, pasaba muchas horas en la cocina donde solamente le acompañaban dos pequeños amigos domésticos: un par de ratoncitos que se habían acomodado en la despensa y que venían a hacerla compañía.



A veces debía ahuyentar al gato, que solía perseguirles al menor descuido.



A diferencia de sus hermanastras, que tenían ricas habitaciones en la casa, alfombradas y con espejos donde mirarse de cuerpo entero, Cenicienta dormía en un pequeño jergón de paja cerca del hogar, tratando de calentarse con los rescoldos en las frías noches de invierno.


Tanta era su fatiga al finalizar el día que apenas se acostaba, quedaba dormida al instante frente al fuego.

Por la mañana temprano, junto a los primeros rayos de sol le vienen a saludar sus amigas las palomas, mientras ella prepara el desayuno para sus hermanastras.


Un buen día, llegó una invitación para el baile real que su Majestad el Rey iba a dar en palacio, en honor de su hijo, el Príncipe.


Hubo gran alborozo en la casa en cuanto lo supieron las dos hermanastras. Pero poco duró la ilusión para Cenicienta cuando su madrastra le prohibió ir con ellas:

Con ese aspecto, ¡es imposible que puedas venir con nosotras! Afánate en limpiar la plata, fregar la escalera y sacudir las alfombras, que la casa esté reluciente. Además tendrás mucho que hacer con nuestros trajes y los preparativos para el baile.

Llegó el día y Cenicienta vio partir a su madrastra y hermanastras al baile, ataviadas con sus mejores galas en un elegante carruaje. ¡Cómo hubiera deseado ir con ellas! Se sentó en un rincón del jardín y rompió a llorar amargamente.




¿Por qué lloras, hija mía? - Dijo una voz a su lado.

Cenicienta levantó la mirada y vio a una dulce viejecita que la miraba con ternura.

Porque me gustaría...me gustaría...

Los sollozos no le dejaban hablar.

Te gustaría ir al baile, ¿verdad?

Cenicienta movió la cabeza en sentido afirmativo.

Ahijada mía, he venido porque creo que hoy necesitas de mi ayuda. Yo soy tu hada madrina y no puedo consentir verte tan triste y tan injustamente tratada. Veamos qué puede hacer hoy mi varita mágica. Anda, ve al huerto y tráeme la calabaza más grande que encuentres.
Así lo hizo Cenicienta, aún sin comprender cómo una calabaza iba a ayudarla a ir al baile. En un rincón apartado del jardín encontró una grande y reluciente como pocas. La cogió y se la llevó a la madrina.



Con un toque de varita convirtió la calabaza en un hermoso carruaje guarnecido de oro y forrado de satén.

Reúne a cuatro palomas ahora.

Y dicho y hecho, llamó a sus amigas las palomas que en un momento quedaron transformadas en cuatro corceles plateados. Por último, Cenicienta trajo a sus dos amiguitos de la despensa, que fueron convertidos en un magnífico lacayo y un cochero de librea para la carroza.


Ahora, Cenicienta, ya puedes ir al baile.

¿Con este vestido? - dijo Cenicienta, mirando sus andrajos.

Su madrina se echó a reir y la tocó también con su varita, transformando sus harapos en un resplandenciente traje de noche adornado con hermosos bordados y fina pedrería, y sus pies descalzos se vistieron con delicadísimos zapatitos de cristal.




Escucha atentamente ahora -continuó el hada- Este prodigio durará solamente hasta la medianoche. Entonces todo desaparecerá menos los zapatos de cristal, que podrás conservar como recuerdo. No lo olvidarás ¿verdad? ¡Ah! y no te preocupes por la plata, estará limpia cuando vuelvas.

Cenicienta, llena de felicidad y agradecimiento, así lo prometió y la carroza partió hacia el baile.

Pásalo muy bien, niña querida, y que te diviertas mucho. ¡Recuerda, a las doce!
La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Las hermanastras se abrieron paso a empujones para colocarse delante de su Alteza. Pero el joven no las miró.




Al entrar Cenicienta en la sala de baile, el Príncipe quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche.



Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.



De pronto sonaron las doce en el reloj del salón.



Cenicienta, sobresaltada, abandonó el baile recordando la advertencia del hada madrina.



El Príncipe fue tras ella sorprendido, pero pronto la perdió de vista. Encontró en la escalinata un pequeño zapatito de cristal que la extraña joven había perdido en su huida, y lo guardó.



Pasó un tiempo y el príncipe no había podido olvidar a la joven del baile, ni había podido saber quién era ni dar con su paradero. Decidió viajar por todo el reino acompañado de emisarios para encontrarla, probando el zapatito de cristal a todas las doncellas casaderas, de manera que a la que le sentara bien y además tuviera el otro zapato, la convertiría en su esposa.

Muchas fueron las jóvenes que intentaron calzarse el zapato. Algunas de ellas ni siquiera pudieron entrar en él, a otras les apretaba tanto que no podían andar, y a otras, aunque les sirviera como no tenían el otro no se podían presentar al príncipe.

Así transcurrieron los días, hasta que los emisarios reales llegaron a casa de Cenicienta. Enseguida las hermanastras intentaron por todos los medios que el zapatito les sirviera, pero todo fue inútil, sus pies eran enormes.

Cuando el emisario ya se iba, descubrió a Cenicienta que observaba todo desde su rincón.

A ver, muchacha, acércate aquí y pruébate este zapato.
Pero ella no puede hacerlo. No fue al baile y además es una fregona. ¿Cómo iba a quererla el príncipe? - protestó la madrastra.

Ehhh...sin embargo, señora, yo tengo orden de probar el zapatito a todas las doncellas. ¡Ven, muchacha!




El emisario, pues, hizo sentar a Cenicienta en un taburete de la cocina y él mismo le puso el zapato en su lindo pie.

¡Cuál no sería la sorpresa de todos al ver que le ajustaba perfectamente! Entonces sacó ella de su bolsillo el otro zapato y después de calzárselo, se levantó.

Las hermanastras reconocieron entonces a la joven del baile y suplicaron que las perdonara, arrepentidas. Pronto tuvieron que acostumbrarse a vivir sin ella y a hacer muchas de las tareas que evitaron en otro tiempo.




El Príncipe, que esperaba fuera en el carruaje, entró en la casa. Reconoció al instante a la joven del baile, y le declaró su amor.



Le dio un beso y la subió a su majestuoso caballo. Cabalgaron juntos hacia palacio, seguidos de sus emisarios. No tardó mucho en celebrarse la boda y la joven se convirtió en una bellísima y bondadosa Princesa. Y juntos vivieron muchos, muchos años felices."






Fonte:http://playkidsworld.blogspot.com.br/2008/06/rase-una-vezcenicienta.html

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